viernes, 29 de enero de 2010

¡AYER, VAYA DÍA!

Vaya día el de ayer. Por la mañana desapareció mi madre del hospital. Estaba allí con mi hermana, cuidando de mi padre que sigue ingresado y dijo: "voy al baño" y desapareció. Mi hermana, asustada y sin poder moverse de allí porque alguién tiene que quedarse con mi padre, me llamó desesperada. Me fui a buscar a mi madre. Primero con el coche, por los alrededores y luego por el interior del hospital, que es como un laberinto enorme. Avisamos a seguridad y también al 112 porque es la primera vez que pasa algo así y estabamos asustadas. Buscar a alguien en un espacio público es como buscar una aguja en un pajar.

Al final la vi, yo estaba en el tercer piso y la vi por las cristaleras, entrando en la planta baja. Corrí como una loca, escaleras abajo. Volvia tan tranquila. Había ido a dar un paseo, dijo, y no entendía tanta alarma. Para que discutirle, si mañana no se va a acordar de nada. Así que con paños calientes y sin dejarme llevar por la histeria me la llevé a su casa. Fue la tensión de ver a mi padre, que había empeorado y de sentir que la sobreprotegemos como si fuera una inútil. Este es solo el primer episodio, me digo...no nos queda nada.

Pero el día no había terminado. Me tocaba quedarme a pasar la noche en el hospital cuidando de mi padre. No voy a entrar en detalles (sino esta entrada va a ser esperpéntica también) pero puedo resumir la noche en unas cinco horas de delirio, maldiciones hacia mí por no dejarle levantarse, gritos, insultos, me pegó y se pegó a sí mismo, batalló, peleó, sacó fuerzas de sabe dios donde y me dio guerra durante eso, unas cinco horas. Luego decidí que ya estaba bien, que se acababa ese rollo de seguir las normas y le quité el sensor del monitor, para que dejara de pitar, total no venía nadie. Luego le dejé que se quitara a ratos la mascarilla del oxígeno y le permití sentarse, a riesgo de que se arrancara la sonda o se cayera y por fin se calmó. Después de eso, después de conseguir lo que en su delirio deseaba, por fin durmió durante una hora y media seguida, más o menos.

A lo largo de esas cinco horas, salieron a flote muchos sentimientos. Lloré lágrimones de cocodrílo, preguntándome por qué no puede mi padre ser un enfermo como los demás, con sus flemas y sus orines o lo que sea, pero sin insultos ni amenazas, sin delirios. Lloré preguntándome por qué mi madre tiene que tener demencia, alzehimer o lo qué sea. Lloré preguntándome por qué siempre en mi vida parecen las cosas tan entrevesadas. Pero también salieron a flote mis instintos asesinos: me dieron ganas de darle a mi padre una de mis pastillas para dormir, para que descansara de una vez, a riesgo de que le diera un paro cardiaco o lo que fuera. Por suerte o por desgracia no las tenía a mano. Y es que no entiendo eso de "la vida por encima de todo". Luego, a la luz del día (día que tuve que ir a trabajar, claro) hasta me he reido contando las cosas que decía. En fin, siempre hay casos peores, está claro.

sábado, 23 de enero de 2010

UN REBELDE

Mi padre sigue ingresado en el hospital y aunque está un poco mejor, no tengo ni idea de cómo acabará esto. El caso es que hemos entrado en el círculo de turnos para cuidarle y demás, en el que acabas pasando muchas horas de tu vida que no te sobraban en el hospital. No me quejo, lo llevo bien, pero estar en contacto con ese mundo te hace darle muchas vueltas a muchas cosas. Entre ellas cómo evitar que a ti te pase algo parecido. Pero lo que me lleva a escribir esta entrada es el señor de la cama de al lado. (El que estaba la primera noche que pasó mi padre allí, se murió esa misma noche. Mal augurio).


Como digo, el señor de la cama de al lado, ya un anciano, que se rompió una cadera y además tiene problemas cardiacos y respiratorios, me encanta: es un rebelde. Simplemente hace lo que le da la real gana, jajaja. Si le dicen que no se puede levantar, se levanta. Si le dicen que permanezca sentado, se acuesta. Se arranca las vías, se quita la sonda, se quita los pañales. Hace, ni más ni menos, lo que le da la real gana. Vienen a cuidarlo unas horitas al día su sobrina y el marido de ésta. Es soltero y no tiene hijos y todos achacan esa rebeldía a ese hecho. Incluso lo tienen medio desnudo porque creen que si tuviera un pijama se escaparía.


A mi me encanta esa rebeldía y es que vamos al médico y acabamos como zombis sin voluntad haciendo lo que nos ordenan, muertos de miedo, pidiendo como mendigos que nos curen. Cuando pasé por el tema del VPH pensé en ello. En hacer lo que me diera la gana fuera cual fuera el resultado. Y entiendo a ese anciano rebelde, lo entiendo perfectamente y además me encanta. Elige pasar los días que le queden a su manera y la mierda lo que digan o hagan los demás.

lunes, 18 de enero de 2010

LA VIDA POR ENCIMA DE TODO

Mi padre se ha pasado el fin de semana entrando y saliendo de urgencias. Su estado físico es bastante delicado: insuficiencias todas (renal, hepática, respiratoria, cardiaca), marcapasos, diabetes...77 anos. Lleva unos meses fastidiado. Su cuerpo requiere una combinación de fármacos difícil de mantener en equilibrio y últimamente apenas puede caminar, se asfixia y no puede comer lo que le gusta.

Yo en mi fuero interno me pregunto: y todo eso, ¿par qué? ¿para qué la vida de esa manera?
No sería más lógico, ahora que ya no puede hacer nada de lo que le gusta, y además sufre, dejar que la naturaleza siga su curso.

Me reprocho a mi misma ese tipo de pensamientos, pero hablando con mi hermano me dijo que pensaba eso exactamente. Así que no soy la única. Los dos queremos a mi padre, eso por descontado, pero los dos creemos que no debería ser la vida por encima de todo, como parece creer nuestra cultura. Es duro, pero es así.

viernes, 15 de enero de 2010

CUPIDO DORMIDO


Es terrible no estar enamorada de nadie, y peor aún tener el sentimiento de que ni siquiera hay alguién que te gusta de verdad. Así me siento ahora y quizás por eso me ha dado por recordar una ocasión en la que tuve un flechazo, el único que he sentido y es que los flechazos existen, aunque para creerlo hay que tener la suerte de vivir alguno.


Es una sensación física maravillosa, mejor que un orgasmo, incontrolable, irracional y fuera de toda lógica. Las células de todo tu cuerpo dan un brinco, una voltereta, bailan, sin pedirte tu opinión, sin dejar que tu cabeza tenga tiempo de frenarlas. Es muy difícil de explicar. Es como los orgasmos (al menos los de las mujeres), que por mucho que te cuenten como son, hasta que no tienes uno no tienes ni idea de qué te están hablando.


Una vez tuve un flechazo. Yo estaba con mi marido, aún casada y se tropezó con un amigo por sorpresa. Me lo presentó y mi cuerpo se arrebató. Tuve la sensación física más alucinante que pueda imaginar. Sentí como me caía en el lago de sus ojos azules, como el azúl lo llenaba todo, como volaba. Balbuceé un "encantada" para salir del paso y fui incapaz de decir una sola palabra más. Mi mente le decía a mi cuerpo: contrólate, estás casada, no lo conoces de nada. Pero, como ya digo, todas las células de mi cuerpo entraron directamente en contacto con el influjo que emanaba de aquel desconocido.


No tengo ni idea de si él sintió algo o no, ni sé si eso es requisito indispensable para llamar a aquello flechazo. Yo sólo sé que fue maravilloso y que hoy en día pagaría toda mi fortuna por volver a sentir algo así. Es terrible no estar enamorada, y pensar que a lo mejor, ya nunca más lo vas a estar.

miércoles, 6 de enero de 2010

¡POR FIN SE ACABÓ LA NAVIDAD!


Menos mal, he sobrevivido a esta dichosa Navidad. Siempre consigue revolver cosas en mi interior, debe ser por eso por lo que a tan poca gente le gusta.


Ver las lágrimas de emoción de tu hijo porque junto con su regalo le has puesto una nota dándole las gracias por quererte.

Ver que tu otro hijo te sigue ignorando.

Ver que tu madre se ha dejado la cafetera al fuego y la mirada perdida de tu padre, ¿hay lágrimas en sus ojos?; adivina lo que se le viene encima.

Ver diez veces el mismo truco de magia que tu sobrino de cinco años lleva a cabo, entusiasmado. Esquivar a tu hermano para evitar conflictos.

Ver que por un número no eres algo más rica...

Y verlo todo desde la tristeza más profunda, esa que como una sombra agazapada en un rincón va haciendose cada vez más y más grande, llenándolo todo.


Eso es lo que me queda: la tristeza. Podría pasarme horas mirando al techo, abrigadita en mi cama, deseando no tener que levantarme nunca más...pero al final me levanto y sigo, aunque ni siquiera sepa por qué demonios lo hago.