lunes, 5 de julio de 2010

LOS TIPOS DE APEGO

Hay que ver cómo es la vida, cómo le gusta jugar con nosotros.
Resulta que cuando buscas desesperadamente algo (a alguien, una respuesta, una oportunidad) no lo encuentras y luego, cuando andas metido en otra cosa, se te planta delante de las narices sin tú quererlo.
Todo viene a cuenta porque leyendo el libro de Lucía Etxebarria, Ya no sufro por amor (que recomiendo) me encontré con la descripción perfecta de mi hijo, ese que me ignora. (El porqué yo leo tal tipo de libros o el porqué Lucía escribe tales cosas, serían también buenos temas de qué hablar, pero no es el momento).
Alude en el libro a la llamada "teoría del apego", formulada por John Bowlby. Partiendo de esta teoría se llevó a cabo un experimento en el cual diferentes niños jugaban en una habitación vigilados por su madre, que se sentaba tranquilamente en un rincón. En un momento dado, la madre salía de la estancia y venía a sustituirla una persona extraña. Los niños se comportaban según tres patrones claramente diferenciados:

a) niños seguros: que jugaban dirigiendo miradas a su madre de cuando en cuando y soriéndole. Cuando la madre se iba, el niño dejaba de jugar, pero se mostraba amable con el desconocido. Al volver la madre, el niño se aferraba a ella y luego volvía a jugar.

b) niños evasivos: cuando su madre estaba en la sala, la exploraban y jugaban con todos los juguetes, pero sin mirarla ni sonreirle. Si la madre se iba, el niño no dejaba de jugar ni se mostraba triste, se mostraba tan distante con el desconocido como con la madre, o a veces era más receptivo y amable incluso que con ella. Cuando volvía la madre, el niño no se acercaba a ella.

c) niños ansiosos: cuando su madre estaba en la sala no exploraban, sino que se aferraban a ella. Si la madre se iba, el niño se enfadaba muchísimo, no se mostraba amable con el desconocido y no se le podía convencer para que siguiera jugando. Cuando la madre regresaba, el niño se aferraba a ella desesperado y luego lloraba o se enfadaba.

Pues bien, como la infancia y la actitud de nuestros padres nos afecta tantísimo (o eso dicen), resulta que de adultos tendemos a repetir estos patrones y es aquí cuando al describir al adulto evasivo vi reflejada la personalidad de mi hijo. Frases como "cuánto peor se sienta su pareja menos apoyo le darán", "la intimidad emocional, la comunicación de sentimientos personales, la expresión de emociones o el contacto físico les crea incomodidad y malestar", "les cuesta tanto manifestar sentimientos como presenciar manifestaciones ajenas", etc. Si te enfadas con razón con un evasivo, éste no se disculpará y te acusará de histérica y montará en cólera. En otras ocasiones no se disculpará y tampoco dirá nada, dando la callada por respuesta o actúa con indiferencia, distrayéndose con otras cosas y sin prestar atención.

El libro está escrito, con buen sentido del humor, referido a la pareja, pero salvando las distancias resulta que esas eran precisamente las reacciones de mi hijo ante los problemas de convivencia que tuvimos cuando, unos 6 meses después de divorciarme, nos tocó vivir juntos y solos. Unas veces me llamaba histérica y decía que lo que hacía no era para tanto, otras mantenía un mutismo férreo ante cualquier intento por mi parte de comprender por qué actuaba como lo hacía y otras se distraía mirando las telarañas del techo, mientras a mi se me secaba la garganta tratando de llegar a un entendimiento.

El evasivo, según el libro, teme la intimidad porque ha sido maltratado en la infancia (el abandono o la distancia emocional) y la asocia, pues, con el dolor. De niño sufrió el abandono físico o psicológico...y se le quedó grabado a fuego en el subconsciente que depender emocionalmente de alguien puede ser peligroso.

El caso es que este niño fue abandonado dos veces antes de llegar a nosotros, mientras que sus hermanos solo fueron abandonados una vez, por sus padres biológicos. Él, además, estuvo un tiempo saliendo del centro con una familia de acogida que de la noche a la mañana lo abandonó, sin darle ningún tipo de explicación y sin despedirse. Así que no tengo porque sentirme culpable de que haya desarrollado esa personalidad, ya la traía cuando le conocí. Pero sí me duele mucho darme cuenta de que soy yo, ahora, la que paga el pato.

De todas esas historias sobre su vida anterior (cuando empezaron a salir con nosotros como familia de acogida tenía ya 6 años), lo poco que sé, lo sé de boca de los cuidadores, porque el supuesto informe que te dan cuando los adoptas nunca llegó. Por otra parte, entre los 12 y los 16 años llevé a mi hijo a un sin fin de psicólogos, psicopedagogos y demás familia y a todos y cada uno les expliqué todo esto que cuento. Ni uno solo de ellos me dijo ni una palabra sobre los tipos de apego, ni mucho menos como tratar a alguien que recela involucrarse emocionalmente.
Lo intenté, intenté llegar a él, romper esa barrera y como veía que no lo conseguía busqué ayuda, pero no sirvió de nada. Me siento una víctima y a la vez culpable. Yo, que he defendido a capa y espada que se pueden adoptar niños mayores de un año, que pueden adaptarse y ser normales (como lo son mis otros dos hijos). De hecho, este hijo del que hablo, sigue yendo a visitar a sus tíos y abuelos de vez en cuando y es una persona, en general, amable y bien educada. A los únicos que ignora completamente son a su padre y a mi.

Por suerte, según el libro, el modelo de funcionamiento de cada persona no es rígido y puede ser influido por experiencias positivas y negativas en las diferentes etapas de la vida. Ahora mi hijo vive con su novia, y con la familia de ésta, o sea en casa de los padres de su novia. Es la segunda vez que "adopta" otra familia como si fuera la suya. La primera lo hizo con la familia de su mejor amigo, que lo acogió como si fuera un niño abandonado (con sus 18 años cumplidos) y es que hay gente para todo. De cualquier manera, le deseo toda la suerte del mundo y ojalá tenga tantas nuevas experiencias positivas que le hagan llegar a confiar en alguien.

Desde que me tropecé con todo esto me he dado cuenta, de algún modo, que definitivamente estoy fuera de su vida, que tuve mi oportunidad y no la supe aprovechar. La herida, que nunca se había cerrado, sangra de nuevo y yo no puedo parar de llorar. Es por eso por lo que escribo todo esto (que seguro que con lo largo que es nadie se lo lee) para ver si con la magia de la escritura, consigo taponar un poco esa herida.

2 comentarios:

  1. Yo te he leído, siempre lo hago.

    Por mi parte, yo diría que estoy entre el niño a y el b, nunca he sido muy dado al sentimentalismo ni muy cercano a nadie, incluida mi propia familia, siempre he tenido mi propia forma de ver la vida.

    Un besito

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  2. Pues yo creo que era segura, después del divorcio me volví ansiosa por poco tiempo (con el Gumer) y ahora soy evasiva-agresiva. Toy perdida.
    Un besote, Os y gracias por leerme.

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