viernes, 4 de junio de 2010

CALIMA


Esta semana ha sido agridulce, aunque más agri que dulce, la verdad.
El martes la calima hizo que las temperaturas pasaran de los 35 grados y cuando llegué a casa me encontré a mi perra, que ya era muy mayor y estaba fatal de salud, hecha gofio. No podía ni siquera subir los cuatro escalones para entrar en la casa y estar más fresquita. Se asfixiaba y no podía moverse y yo no podía con ella. Tuve que tomar una decisión: sacrificarla. Fue duro, aunque desde hacía tiempo sabía que tarde o temprano, o bien me la iba a encontrar tiesa, o bien iba a tener que tomar esa decisión. Para colmo tuve que ayudar al veterinario y cargar con el cuerpo.
Me fastidió mucho tener que tomar esa decisión sola. Mis hijos desperdigados y mi ex, que no incluyó a los perros (todavía me queda otro) en el acuerdo de divorcio, como era de esperar estaba dentro de un avión viajando a Asia. Ese fue uno de los motivos de mi divorcio, siempre que lo necesitaba, o estaba dentro de un avión, o en un país con horarios opuestos. Estoy segura de que cuando mi padre se muera él va a estar lejos. Nunca está cuando se le necesita.
Eso sí, fue a visitar a mi padre al hospital, y me dio dinero por la cara, porque ahora que no hay hijos aquí, no tiene que darme nada. Aunque yo veo ahí algo oculto, como por ejemplo que los gastos de la estancia de mi hijo en Nueva Zelanda los haya pagado mi suegro y a él le de remordimiento que sea yo la que le manda el dinero de bolsillo. No sé, de cualquier manera yo lo acepté, claro, que desde el día 20 andaba sin un puñetero duro y soy bastante boba, pero me he ido espabilando.
Mi padre por su parte ha estado más ido que cuerdo. Físicamente ha mejorado, pero en el hospital tenía alucinaciones y deliraba. Pensamos que se pasan allí con los medicamentos para que no dé la lata o algo por el estilo. El caso es que hoy, cuando el médico dijo que le daba el alta porque allí ya no pueden hacer nada más por él, dudamos mucho de poder hacernos cargo de él en casa. Pero la vida, que es como es y no deja de sorprenderme, dio un nuevo giro y una vez en casa, mi padre volvió a la cordura y hasta ha caminado. Sigo sin entender nada. En cualquier caso, bienvenido sea este alivio.
Y ¿yo? Yo he empeorado. Me ha vuelto el tic en el ojo y lloro todos los días un ratito, tenga ganas o no tenga ganas. ¿Por qué? Porque me da mucha pena y mucha tristeza todo. Me da pena mi padre, a pesar de su mala leche y su desconsideración, porque ha sido un buen hombre y no merece una vejez así. Me da pena de mi madre, que se da cuenta que debería recordar algo y no lo recuerda, que tiene que pasarse los días en el hospital, que tiene que sufrir los malos modos del médico (se pasó la pobre una mañana entera llorando por eso) y de mi padre, que aún cree que mi padre se recuperará. Me da pena mi hermana que está gorda, obesa es la palabra y no tiene voluntad para controlarse... Y me doy pena yo misma, que no soy mala persona y me siento sola, fracasada, rota.
Como la calima, que hoy al fin remite, a mi me asfixia esta situación y me ahogan mis propias lágrimas.

2 comentarios:

  1. Supongo que este horroroso calor que nos invade a todos (incluso a ti en tus islas afortunadas) hace que nos agobiemos mucho más.

    Lo siento mucho por tu perra, ha de ser duro tomar una decisión así.

    Un besote y mucho ánimo

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