Vaya día el de ayer. Por la mañana desapareció mi madre del hospital. Estaba allí con mi hermana, cuidando de mi padre que sigue ingresado y dijo: "voy al baño" y desapareció. Mi hermana, asustada y sin poder moverse de allí porque alguién tiene que quedarse con mi padre, me llamó desesperada. Me fui a buscar a mi madre. Primero con el coche, por los alrededores y luego por el interior del hospital, que es como un laberinto enorme. Avisamos a seguridad y también al 112 porque es la primera vez que pasa algo así y estabamos asustadas. Buscar a alguien en un espacio público es como buscar una aguja en un pajar.
Al final la vi, yo estaba en el tercer piso y la vi por las cristaleras, entrando en la planta baja. Corrí como una loca, escaleras abajo. Volvia tan tranquila. Había ido a dar un paseo, dijo, y no entendía tanta alarma. Para que discutirle, si mañana no se va a acordar de nada. Así que con paños calientes y sin dejarme llevar por la histeria me la llevé a su casa. Fue la tensión de ver a mi padre, que había empeorado y de sentir que la sobreprotegemos como si fuera una inútil. Este es solo el primer episodio, me digo...no nos queda nada.
Pero el día no había terminado. Me tocaba quedarme a pasar la noche en el hospital cuidando de mi padre. No voy a entrar en detalles (sino esta entrada va a ser esperpéntica también) pero puedo resumir la noche en unas cinco horas de delirio, maldiciones hacia mí por no dejarle levantarse, gritos, insultos, me pegó y se pegó a sí mismo, batalló, peleó, sacó fuerzas de sabe dios donde y me dio guerra durante eso, unas cinco horas. Luego decidí que ya estaba bien, que se acababa ese rollo de seguir las normas y le quité el sensor del monitor, para que dejara de pitar, total no venía nadie. Luego le dejé que se quitara a ratos la mascarilla del oxígeno y le permití sentarse, a riesgo de que se arrancara la sonda o se cayera y por fin se calmó. Después de eso, después de conseguir lo que en su delirio deseaba, por fin durmió durante una hora y media seguida, más o menos.
A lo largo de esas cinco horas, salieron a flote muchos sentimientos. Lloré lágrimones de cocodrílo, preguntándome por qué no puede mi padre ser un enfermo como los demás, con sus flemas y sus orines o lo que sea, pero sin insultos ni amenazas, sin delirios. Lloré preguntándome por qué mi madre tiene que tener demencia, alzehimer o lo qué sea. Lloré preguntándome por qué siempre en mi vida parecen las cosas tan entrevesadas. Pero también salieron a flote mis instintos asesinos: me dieron ganas de darle a mi padre una de mis pastillas para dormir, para que descansara de una vez, a riesgo de que le diera un paro cardiaco o lo que fuera. Por suerte o por desgracia no las tenía a mano. Y es que no entiendo eso de "la vida por encima de todo". Luego, a la luz del día (día que tuve que ir a trabajar, claro) hasta me he reido contando las cosas que decía. En fin, siempre hay casos peores, está claro.
viernes, 29 de enero de 2010
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